Cada hoja o rama que escojo y recojo del suelo del bosque en aparente armoniosa descomposición para realizar mis obras fotográficas, es única, con sus colores desgastados por el viento, el sol y todas las inclemencias del entorno. Observo las venas que recorren sus superficies marcadas por el paso del tiempo y que a la vez las hace únicas e irrepetibles.
En su supuesta imperfección encuentro una belleza inigualable, una belleza que trasciende la perfección artificial de nuestra civilización y abraza la auténtica belleza de la naturaleza. El Wabi-Sabi me ha enseñado a meditar sobre la transitoriedad de los seres vivos y también de las cosas. Me ha enseñado a comprender que todo está destinado a desvanecerse con el paso del tiempo. Todo acaba inexorablemente en la nada y por lo tanto paradójicamente vuelve al Todo.
Esta sencilla y a la vez inmensa filosofía japonesa me invita a contemplar la belleza en cada rincón de la existencia y también a encontrar la belleza en la imperfección y la plenitud de lo incompleto. En estas hojas y objetos naturales que me atraen, y hasta diría me escogen, descubro un universo que no se puede expresar con palabras y que me sumerge en la esencia de la vida.
Todo tiene una dirección inexorable hacia el olvido y yo intento ralentizarlo haciendo una creación fotográfica, en este caso fuera de su entorno, fuera de su bosque, pero respetando su luz natural, su individualidad y esencia que resultan invisibles para la mirada normal.
Agustí Fernández