Y EL ÁRBOL DESPERTÓ

En su sueño había visto pasar cientos de estaciones, quizás miles, invierno, primavera, verano, otoño y de nuevo el duro invierno siempre en inexorable sucesión, aunque también armoniosa, pero, en definitiva, aburrida por su programada continuidad.

En su sueño el árbol soñó o quizás imaginó ser un ser singular y diferente a tantos otros árboles, hasta creyó poder ser rey como un austero y señorial roble, fuerte y adorado por ancestrales culturas Celtas. Sus ramas eran grandes y fuertes pero con su aliado el viento se convertían en flexibles, creando figuras irrepetibles y armoniosas en un baile infinito de formas, luz y sonido.

En su sueño vio una hoja solitaria, pero no desamparada que se resistía a morir y se aferraba a la vida. Vio la nieve posarse silenciosa en infinidad de ramas. Vio esas ramas ya secas intentar alcanzar el cielo infinito. Vio ese cielo querer con sus nubes tocar esas ramas. Vio la fuente mágica de Barenton cuna iniciática de los Druidas Bretones, rodeada y protegida por sus congéneres vegetales.

Vio las brumas que invadían mágicamente su reino vegetal. Vio lo que creyó eran sus súbditos, esbeltos y alineados como un ejército, cubriendo su campo de visión. Vio raíces que daban la vida a sus semejantes. Vio hojas caídas, inertes descomponiéndose con armoniosa dignidad. Vio el amor en una gota de agua que se deslizaba poéticamente entre fantasmagóricas ramas.

En su sueño creó una prisión con sus propios recuerdos que en forma de brumas cubrían su mundo de pensamientos densos y repetitivos.

Todo en su sueño parecía real y a la vez paradójicamente falso, eran como imágenes proyectadas desde un espejo imaginario de increíble definición, pero de un cromatismo extraño como filtradas por una luz cálida y densa.

Al final el árbol asumió su despertar, pero con la inseguridad de que quizás no fuese realmente eso, sino que solo fuese el paso de un sueño a otro, encadenado a una existencia de ensoñaciones  programadas y recurrentes como la rueda del Samsara Budista, de infinitas reencarnaciones en forma de aparentes vidas y muertes, todas irreales como Maya que los Hinduistas definen como ilusión o quizás reales como en un sueño cíclicamente infinito.

Y EL ÁRBOL VOLVIÓ A DESPERTAR